Tristes Comprobaciones Sobre Lo Que Se Vino Encima

Publicado por Victor Albarracin on Sep 17th, 2008 en el tema políticas del arte, sobre la crítica.
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Tras leer a mediodía el comunicado de Lucas Ospina en el que se atribuye la autoría del texto
firmado por el Comando Arte Libre S-11 me quedé pensando, como siempre de manera difusa,
alrededor de algunos aspectos de su declaración que me parecen problemáticos y que, creo, debe
intentarse confrontar para sacar de allí algo distinto al desplome de una mitología transitoria que
el texto constituyó y que ahora se vino abajo:


En tercer lugar está la situación policial, suficientemente descrita en el comunicado de Lucas y en
torno a la que no hay más que decir si no se quiere confundir el texto con el robo.


En segundo lugar estaría la ficción construida por el texto, en torno a la que se inventaron héroes,
hazañas y villanos, con lo que algunos llegamos a resultar alumbrados por una vela que iba para
otro santo. Sin embargo, esa mitología desplegaba un espectro valioso de posibilidades de acción
que repercutían en Lo Real, y que invitaban a asumir una posición en torno al espinoso asunto del
robo que todos conocemos, en el marco de una institución a la que también, desgraciadamente,
vemos pavonearse impunemente. De alguna manera, esta ficción le daba alas a la constitución de
un proceso crítico valioso que no se hacía menos real por no corresponderse con el robo que
intentaba atribuirse. Había en el manifiesto del S-11 una pulsión real que buscaba la emergencia
de todos los desechos escondidos bajo el piso institucional y que, en el fotomontaje, se le devolvía
en la cara a toda la administración distrital. Había allí una importante reflexión en torno al retorno
de los fantasmas de la historia y a cómo en algunos momentos éstos podían contribuir a la gestión
e indigestión de una causa específica y a la comprensión del presente. Era una explosión de mierda
reprimida la que teníamos ahí, y en la que no sólo estaba presente la espada de Bolívar y toda la
práctica simbólica del M-19, sino también las figuras de la ANAPO y la familia Moreno (ahora en el
poder), ligadas entonces a los orígenes del movimiento subversivo. El texto, más allá de la risa,
empujaba un componente onírico que hacía posible la llegada de aquello que no podría llegar a
pasar. En resumen, pues, constituía un manifiesto real que ejercía una crítica poderosa a la
pasmosa irrealidad de la administración cultural de la ciudad, y es por eso que


En primer lugar, resulta inadmisible la reducción del texto por su autor a la condición de chiste, y
su igualación con ciertas estrategias mediáticas de imitación con fines de esparcimiento. Comparar
el manifiesto del S-11 con el fingimiento presidencial de La Luciérnaga sólo contribuye a expandir
una percepción, ya generalizada en la opinión pública, de que la actividad artística contemporánea
no es más que un chiste flojo sin consecuencias ni repercusiones y que, por ello, no puede
construir un espacio crítico de la supuesta verdad institucional. Al escudarse en que toda la
finalidad del escrito era paródica, es decir que desplegaba una imitación burlona de una fuente
particular, y entendiendo que esa fuente era el comunicado del M-19 en el que se atribuían el
robo de la espada de Bolívar, termina parodiándose no a los componentes burocráticos a los que el texto de Ospina alude, sino al texto del M-19 y al componente histórico al que hizo nacer
mediante el robo de la espada, esto es, la posibilidad de ejercer sobre la realidad nacional una
eficaz torsión de sentido y una reivindicación de la acción política a través del secuestro de un
elemento simbólico. Esta historia, un poco olvidada hoy, por lo menos hasta el momento de la
reiteración que hiciera Lucas, posiblemente señalaba también la confianza en la posibilidad de
integrar la acción política y la práctica artística, confianza que ahora, tras la parodia, el chiste y la
travesura seguirán cada cual por su camino.


Estoy convencido de que la apropiación de Ospina es Real en tanto denuncia de una serie de
arbitrariedades que todos vemos con frecuencia en la FGAA y las instituciones distritales de
cultura. Creo también que plantea un modelo comunicativo al que se le debe buscar el modo de
hacerse viable y eficaz y, por último, creo que sigue constituyendo un llamado a la acción crítica.
Uno en el que el humor no se contradice con la verdad sino que la empuja. Por ello no debe
aceptarse su transformación en ningún “Dejémonos de vainas”.


Convertir este acto en la travesura de un niño necio sólo contribuye a dejar por el piso la dignidad
de las ideas planteadas, la de la persona que las puso a circular y la del campo artístico bogotano,
que terminó más cagado de lo que ya estaba por dárselas de chistoso.


¡Con la audiencia, con la imagen y sin poder! ¡Presente, presente, presente!

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