Jaime Ávila
(n. Saboya, Boyacá, 1966) escultor, pintor y fotógrafo colombiano. Estudio ingeniería civil y artes plásticas en la Universidad de los Andes. En 1997 gano el premio del IX Salón Internacional de Arte Joven. En el 2004 representó a Colombia en la 26′ Bienal de Sáo Paulo, en Brasil y en la “III Bienal de Liverpool”, en Inglaterra.
Episodio I
Cuando era pequeño, y estudiaba en una escuela en Boyacá, pensaba en lo grande que era el mundo y veía las ilustraciones de los viajes de Colon como aventuras fantásticas a lo desconocido; durante la adolescencia coleccione las imágenes de la Guerra de las galaxias y esos empaques que no tuve nunca en mi infancia, guarde en sus exquisitas cajas planetas en guerra y sofisticadas naves espaciales, miraba el universo como un cielo exuberante y seductor. Ahora que soy adulto miro el planeta y siento que el mundo es cada vez mas pequeño, que tiene limites y a pesar de todo, su futuro pinta incierto y aterrador; no veo un futuro de ciencia ficción sofisticado y transparente, lo veo triste y frentero, como si una maldición se hubiera apropiado de las grandes ciudades y comenzara a convulsionar en un mundo atormentado. En 1999 Salí de Colombia y viaje por varias ciudades de América Latina hasta llegar a Tijuana. Me di cuenta de que existían verdaderos limites y que todos éramos relativamente iguales. Allí conocí un etiope que me dio un golpe en la cabeza y me hizo llorar y desde ese día entendí que cada habitante del planeta tiene una verdad cosmopolita relativa e incuestionable.
Los diez metros cúbicos corresponden a una medida utópica y elemental que condensa conceptos de área y volumen territorial. Hacen referencia a la inexactitud de lo no medible, de la expansión geográfica indomable e involutiva de las grandes ciudades de América Latina; señalan los lugares que la gente construye a su manera, lejos de la perfección urbanística de las personas que trazan planos, mapas, de lo que debería ser pero no puede ser. Su construcción matricial es en diez mil cubos de cartón vació –la medida real serian esas cajas de ladrillo que se pueden ver, por ejemplo, en Ciudad Bolívar o en las favelas de Sao Paulo-, como soporte antagónico de su propia pesadez física neurálgica y matemática, constituyendo la unidad involutiva ortogonal: Metro Cúbico.
Episodio II
Estábamos sentados a la salida del FONCA*, en Ciudad de México. Éramos diez y habíamos llegado de diferentes partes del mundo, de Ecuador, Brasil, Argentina, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Perú, Etiopía y Colombia; todos estábamos becados para residencias artísticas en México, 10 artistas que llegaban con la curiosidad y las ganas de conocer nuevos horizontes. Silvia era la encargada de guiarnos a nuestras respectivas habitaciones. Cada uno tomó su maleta y la seguimos, pero el etíope, un negro de 1.90 m., delgado y de mirada fría, se adelantó y le dio su maleta a Silvia para que se la cargara. Llevaba puestos una camisa amarilla dorada con rojos fuertes , un pantalón de mezclilla color rape, su piel era de un negro intenso casi púrpura y sus ojos guardaban una frialdad egoísta. Se adelantó a todos y Silvia estaba furiosa, la maleta pesaba demasiado. No entendí porque el etíope era tan atrevido y obligaba a la directora a llevar esa maleta. Ella, ofendida, le pidió una explicación y él no le habló.
Llegamos a una casa amplia. El olor que salía de la cañería de los baños me produjo nauseas. Seguí hasta mi habitación y me encontré al etiope abriendo la maleta: era mi compañero de cuarto y no me habló ni llevó a cabo ningún gesto de amabilidad. Realmente me perturbaba y trataba de evitarlo, pero decidí preguntarle –hablaba un inglés elemental igual al mío– por qué había obligado a Silvia a cargar su maleta. Sin inmutarse me dijo que las mujeres estaban al servicio de los hombres y que ellas debían seguirlos llevando sus pertenencias. Sentí una rabia absurda, traté de mirarlo a los ojos y le pregunté que por qué no se unía al grupo de nosotros; me contestó que no quería mezclarse con latinoamericanos, que Latinoamérica estaba contaminada de sangre de todo el planeta, eran indígenas con piel violada de todo el mundo, que un latinoamericano tenía tantas mezclas como un perro callejero. Sentí un intenso vació y lo miré a los ojos, finalmente me dijo:
Apenas pueda me voy de aquí, necesito llegar a Norteamérica, África es el tercer mundo, y ustedes son el cuarto mundo –dio media vuelta y se fue.
*Fondo Nacional para la Cultura y las Artes